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domingo, 13 de septiembre de 2015

MINERÍA ILEGAL


La minería ilegal no solo ocasiona daños ambientales irreparables, también afecta la salud de las poblaciones aledañas e influencia de manera perversa  en otras actividades sociales.
DAÑOS IRREPARABLES: En Madre de Dios, la minería aluvial de oro ya ha devastado más de 50 mil hectáreas de bosques, sin contar árboles muertos en pie, lagunas y pantanos destruidos. Además, el gran movimiento de tierras altera los sistemas de drenaje y produce pérdidas de hábitat para innumerables especies. 
Por otro lado, para extraer y concentrar el oro se utilizan procesos e insumos que producen residuos tóxicos (ej., con contenido de cianuro o mercurio) que contaminan el aire, los suelos y las aguas. Los efectos ambientales pueden subsanarse a largo plazo, pero en muchos casos son irreparables.
Las entidades de fiscalización correspondientes y los Ministerios del Interior, Producción, Transportes y Comunicaciones, como parte de sus funciones y competencias, son los encargados de controlar y supervisar la distribución, transporte, comercialización, posesión y utilización de mercurio o cianuro.

UNA AMENAZA PARA LA SALUD: La salud de la población se ve afectada especialmente por la absorción en el organismo de mercurio y otros metales pesados como el plomo y el arsénico, que los mineros ilegales usan en su actividad. El mercurio contamina también las fuentes de agua (ríos, lagos y lagunas), contaminando a los peces que son la base de la alimentación en las poblaciones amazónicas. El ser humano absorbe el 95% del mercurio
 contenido en los pescados contaminados que come. A eso se suma, que según el estudio de Carnwgie Institute, el 60% de los peces consumidos  en Puerto Maldonado tienen niveles de mercurio superiores a los límites  permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este estudio  también determinó que el 78% de los adultos evaluados en Puerto Maldonado tienen niveles de mercurio en cabello tres veces superiores a los límites máximos permitidos.

En las comunidades nativas y rurales, los pobladores tienen mercurio hasta cinco veces el límite aceptable, y los pobladores que viven más cerca a las zonas mineras tienen hasta 8 veces más mercurio que el límite establecido  por la OMS. Lo más grave es que uno de los grupos más afectados es el de las mujeres en edad fértil, quienes presentaron los niveles de mercurio más altos. En el caso de embarazo, el mercurio puede transmitirse al feto y causar daños neurológicos

UNA LACRA SOCIAL: La minería ilegal genera explotación infantil,alcoholismo, prostitución, desescolarización, inadecuada ocupación laboral, inseguridad ciudadana, etc. En la zona minera de Huepetuhe, Pukiri y Delta, se calcula que 400 púberes y adolescentes son explotadas sexualmente en las cantinas, llamadas localmente “prostibares”.

El Movimiento No a la Trata de personas ha señalado que más de 4.500 personas son explotadas sexualmente, que en su mayoría son mujeres y  niñas, alrededor de los campamentos mineros. Según datos de la Adjuntía para la Niñez y la Adolescencia de la Defensoría del Pueblo, las menores de 15 a 17 años son trasladadas desde comunidades rurales de la Amazonía con engaños de que tendrán un trabajo doméstico, pero terminan prostituyéndolas.

Uno de los factores que favorecen a esta actividad es la pobreza en la que se encuentran muchas jóvenes en estas comunidades, situación que es aprovechada por las organizaciones criminales para reclutar mujeres jóvenes.

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viernes, 17 de abril de 2015

VIOLENCIA JUVENIL

La violencia es la expresión de un comportamiento intencionado por parte de una o varias personas que provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos sobre otras. Se manifiesta mediante actos agresivos, injustificados, ilegítimos o ilegales, que se distinguen por su malignidad y tendencia ofensiva contra la integridad física, psíquica o moral de otras personas. Existen varios tipos de violencia, incluyendo el abuso físico, el abuso psíquico y el abuso sexual. La violencia juvenil puede ser ejercida por jóvenes de forma aislada o desarrollarse por parte de grupos de chicos que se unen con el objetivo de participar en actividades violentas. Estadísticamente, la violencia juvenil tiene una mayor incidencia entre chicos de sexo masculino, de clase media, con problemas familiares, de sociedades desarrolladas y prósperas y cuya edad oscila entre los 14 y los 18 años. Los rasgos de personalidad que suelen estar presentes en un joven que ejerce la violencia son: • Posee una elevada tendencia a la agresividad, fuerte impulsividad, hiperactividad, escasa capacidad para la reflexión y falta de control sobre la ira. • Ha conseguido una escasa socialización desde la infancia, con pocos amigos y grandes dificultades para mantenerlos. • Busca el placer y la satisfacción inmediata de sus necesidades y deseos. • Muestra frialdad, poca empatía, con dificultades para identificar las propias emociones y las ajenas. • Suele expresar una actitud defensiva, desafiante, percibiendo en los demás señales de amenaza y agresión, y malinterpretando las intenciones que éstos puedan tener. • Se cree autosuficiente, pero a la vez utiliza y manipula con frecuencia a sus familiares para conseguir sus propósitos de inmediato. • Tiene un bajo sentimiento de culpabilidad sobre los actos violentos realizados e intenta justificarlos. Desprecia los derechos de los demás. • Posee una baja tolerancia a la frustración. • Tiene una gran incapacidad para aceptar normas o límites de los entornos familiares, escolares y sociales en general. • Carece de capacidades para negociar, pactar o ceder. • Posee unas habilidades sociales poco desarrolladas, con altas dificultades para la adecuada resolución de los conflictos que se le presentan. • Muestra una clara tendencia a afrontar los problemas mediante la fuerza y la imposición. Los factores que contribuyen a la violencia juvenil abarcan todos los niveles del modelo ecológico: el personal, el familiar/escolar, el social y el político-económico puesto que en todos estos niveles hay elementos que condicionan la aparición de la violencia juvenil. El comportamiento violento o delictivo antes de los 13 años es un factor individual significativo, así como la impulsividad, las actitudes o las creencias agresivas y los malos resultados escolares. El hecho de haber sufrido castigos físicos severos o presenciado actos de violencia en el hogar, la falta de supervisión y vigilancia por parte de los padres y la asociación con compañeros delincuentes son otros factores importantes. En los niveles comunitario y social, algunos datos parecen indicar que la exposición a la violencia en los medios de comunicación incrementa a corto plazo las agresiones, aunque no son concluyentes en cuanto a la influencia de los medios de comunicación en las formas más graves de violencia (como las agresiones u homicidios), ni en su repercusión a largo plazo. Las investigaciones sobre otros factores comunitarios y sociales demuestran que los jóvenes que viven en barrios y comunidades con altas tasas de delincuencia y pobreza corren mayor riesgo de verse involucrados en actos violentos. Además, las tasas de violencia juvenil aumentan en tiempos de conflicto armado y represión, y cuando el conjunto de la sociedad atraviesa por un periodo de cambio social y político. También son elevadas en los países en los que las políticas de protección social son débiles, hay grandes desigualdades en los ingresos e impera una cultura de la violencia. En conclusión, comprender la violencia juvenil requiere pensar en el joven como agresor y como víctima ya que en ambos papeles encontramos a los jóvenes de forma muy frecuente. Además, analizar la importancia social de la violencia juvenil, para conocer su estado real, su dinámica y la prospectiva de la misma, requiere distinguir y tratar de forma distinta cada tipo de violencia que ejercen/sufren los jóvenes. Puesto que, conocemos múltiples factores y razones aisladas que explican los porqués del comportamiento violento de los jóvenes, pero falta integrarlos en un marco general que permita proponer medidas eficaces de prevención y control de la misma. Los próximos años pueden ser testigos de como el conocimiento de la violencia juvenil colabora y ayuda a las políticas sociales dirigidas a la reducción de este fenómeno de tan graves consecuencias, en primer lugar, para los propios jóvenes.