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sábado, 26 de abril de 2014

LENGUAJE HUMANO Y COMUNICACIÓN ANIMAL

Capítulo 11. Interacciones de la Biología y la Antropología. Parte II: El hombre A. Llano LENGUAJE HUMANO Y COMUNICACION ANIMAL Lenguaje humano En el proceso de objetivación, característico de la conducta humana, el lenguaje juega un papel decisivo. El lenguaje es una imprescindible función de descarga. Al designar cosas con palabras, quedamos exonerados de tener presentes las correspondientes estructuras perceptivas: al decir "mesa" quedo descargado de la necesidad de tener sensiblemente presente una mesa para poder utilizarla (no para comer, claro, sino en un discurso o en un razonamiento). Si no disfrutáramos de esa función lingüística de descarga, tendríamos que soportar una carga excesiva. Algo así como lo que imaginó Jonathan Swift en uno de los "países" que fantásticamente visitó: para impedir que se desgastaran las gargantas de los ciudadanos, el gobierno había prohibido la emisión de sonidos vocales, de manera que aquellas pobres gentes tenían que andar todo el día con un saco a la espalda del que iban extrayendo los objetos a los que necesitaban referirse en cada caso. Total, que la vida humana sería imposible sin las funciones expresivas, significativas y comunicativas del lenguaje. El sonido de las palabras tiene la extraordinaria propiedad de ser, simultáneamente, un movimiento proveniente del sujeto, y -en cuanto audible- un componente del mundo exterior, del mundo de la percepción. Como decía Willelm von Humboldt, "el hombre se rodea de un mundo de sonidos para abarcar y confeccionar un mundo de objetos". Por medio del lenguaje, es posible dirigirse casi sin esfuerzo hacia la cosa objetiva y, al mismo tiempo, percibirla. En tanto que el sonido se dirige al estímulo, crea por sí mismo el símbolo lingüístico que se une fácilmente a ese estímulo; de manera que, cuando se da el sonido, es como si se diera la cosa vista, aunque ésta no se halle presente. Esto hace posible un trato creativo con las cosas, ya que se pueden combinar los símbolos lingüísticos de una manera distinta de como están combinadas las estructuras perceptivas. Se pueden adoptar perspectivas diversas acerca de la misma cosa (la palabra "idea", del griego "eidos", significa originariamente aspecto, perspectiva). Además, el lenguaje constituye el factor de "socialización" del mundo percibido. Lo objetivo es también intersubjetivo, accesible a todos. Es significativa esa conexión entre lenguaje y sociedad: Aristóteles propuso dos definiciones del hombre, como "animal que habla" y como "animal político". Surge así, entre el hombre y la realidad bruta, una especie de "mundo intermedio", simbólico y social, que permite la comunicación y el trabajo compartido. El mundo en el que el hombre vive realmente no es un mundo natural, sino un mundo cultural: un mundo humano. Nunca -y cada vez menos- ha vivido el hombre en la pura naturaleza; y la propia naturaleza adquiere un carácter cultural, ya que tiene un significado para la vida humana en cuanto que es objeto de sus actividades ( o de su contemplación, o de su conservación). La actitud ecológica -aunque superficialmente pueda parecer lo contrario- es una clara manifestación de esa cultura de la naturaleza. Dicho sea de paso: el surgimiento de la Ecología tiene una índole espocal; marca el comienzo de una nueva época, en la que la naturaleza ya no se considera sólo como "material" de trabajo, sino como algo que tiene valor en sí mismo, sentido, finalidad. Comunicación animal Pero volvamos a la cuestión del lenguaje. Hasta ahora hemos presupuesto que es una capacidad exclusiva del hombre, a través de la cual se manifiesta su inteligencia. Pero no está nada claro que no haya algo así como un lenguaje animal y parece, por lo tanto, que no es posible excluir que los animales tengan una cierta inteligencia semejante a la humana. Si esto fuera así, la distinción entre el hombre y el animal no sería esencial, sino gradual; y el hombre podría haber surgido, por evolución, a partir de otras especies animales. Para comenzar esta discusión, será bueno recordar la obra del gran investigador ruso Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936). Pavlov ha pasado a la historia de la Fisiología por su teoría de los reflejos condicionados. Observó que, junto a los reflejos secretorios congénitos o incondicionados, por excitación directa del alimento apetecido, podría crear reflejos condicionados, si hacía preceder a la ingestión algún estímulo óptico acústico o táctil, en sí indiferente, pero cuya reiterada asociación lo hacía tan activo como el excitante original. Así pues, Pavlov descubre que, en la vida animal, funciona un sistema de señales. Pero, además de este primer sistema, que viene dado por signos sensibles que condicionan un reflejo fisiológico, Pavlov reconoce la existencia de un segundo sistema de señales, constituído por signos lingüísticos, es decir, por palabras. Pues bien, lo que resulta de sus experiencias es que los animales no reaccionan ante los estímulos de este segundo sistema de señales . Pavlov descubre la causa de esta ausencia de reacción en la incapacidad del antropoide para hacerse una idea general o abstracta de las cosas. Y la comprueba con un ingenioso experimento. En el centro de un lago se sitúa una gran balsa en la que vive por algún tiempo un simio. Entre el lugar donde el simio se sitúa en la balsa y aquél donde se le proporciona el alimento, hay un aparato que produce fuego, de manera que le impide alcanzar la comida. También hay un depósito de agua y un cubo. Pues bien, el simio aprende pronto a sacar con el cubo agua del depósito, apagar el fuego y acceder al alimento. Por otra parte, se le ha acostumbrado a refrescarse con el agua del lago, cuando está muy acalorado. Ahora bien, en un momento dado se quita el agua del depósito. ¿Qué hace el simio? Sigue metiendo el cacharro en el depósito sin agua, pero no se le ocurre acudir al agua del lago para apagar el fuego y poder así acceder a la comida. ¿Por qué? Contestación literal de Pavlov: "Se ve que no tiene una idea general, abstracta, del agua como tal; en el nivel en que se sitúan los antropoides no se produce aún la abstracción de las propiedades específicas de los objetos". Generalizando éste y otros experimentos formula Pavlov su teoría de las cuatro fases del conocimiento. La primera la conocemos ya: es la formación de reflejos condicionados. La segunda fase es la generalización del reflejo condicionado, por mera asociación de semejanzas sensibles, formando una imagen sensible más o menos confusa. La tercera es la diferenciación de las peculiaridades individuales. Y la cuarta fase, finalmente, es la generalización verdadera, la auténtica abstracción, que consiste en liberarse de lo meramente sensitivo. De esta última sólo es capaz el hombre. Lo más interesante de esta teoría es la distinción y la relación que Pavlov establece entre las diversas fases. El simio es capaz de captar las diferencias individuales (tercera fase) y de una cierta generalización, que es más bien una pseudogeneralización (segunda fase). Pero lo que sucede es que, si capta lo común, es a costa de no captar las diferencias individuales; y, si percibe estas diferencias, es al precio de no apreciar lo común. La primera de estas insuficiencias se demuestra con otro de los más famosos experimentos de Pavlov: a un simio se le adiestra para construir una pirámide con cajas cúbicas, de manera que, subido a ella, pueda alcanzar una fruta situada en la parte superior de la jaula; pero si la fruta se coloca en el exterior de la jaula, el antropoide sigue construyendo sus pirámides, por más que éstas de nada le sirven para coger la fruta colocada fuera de las rejas: no ve las diferencias entre un caso y el otro. La segunda insuficiencia se ilustra con el experimento antes relatado: el simio no capta lo común que hay entre el agua del depósito y el agua del lago. Pues bien, lo característico de la auténtica abstracción (cuarta fase) es que capta lo común sin dejar de ver las diferencias individuales. Pavlov conecta -por vía experiencial- con la teoría filosófica del conocimiento de los universales. Según esta teoría, lo universal, lo común, connota los inferiores, es decir, los casos particulares. La abstracción no consiste en prescindir por completo de las diferencias individuales entre los distintos casos. Esto es muy importante para la Filosofía política, porque en ella hay que tener a la vez presente lo que todos los hombres tienen en común y lo que cada uno de ellos posee de único e irrepetible. Lo común -la naturaleza humana- es el fundamento de la esencial igualdad entre todos los hombres, en virtud de la cual todos poseen los mismos derechos humanos. Pero, además, cada hombre goza de libertad personal y de una individualidad que no es intercambiable con la de otro. Pues bien, esta capacidad de captar a la vez lo común y lo individual es propia y exclusiva de la abstracción intelectual, de la que sólo el hombre goza. Por eso únicamente él puede, en sentido estricto, hablar. Pero, se podría objetar, desde que Pavlov hiciera sus célebres experiencias, ha llovido mucho en el campo de la Biología y, especialmente, en el de la Etología. Parece que, más recientemente, otros experimentos vendrían a abonar la idea de que la capacidad lingüística de los simios es mucho más alta de lo que se había supuesto, hasta el punto de que no se pudiera distinguir esencialmente de la humana. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de estas experiencias se han realizado en un entorno humano. Se ha hecho vivir a los simios en un ambiente humano -familiar, incluso- desde su nacimiento, sometiéndoles a un intenso proceso de aprendizaje que es artificial para ellos. Por de pronto, hay que advertir que -dadas sus características anatómicas- los simios no pueden pronunciar palabras: su presunto leguaje no es vocal. Pero sí que pueden aprender a usar diversos signos -ópticos, tactiles o acústicos- correspondientes a palabras y construir frases por combinación de estos signos; incluso inventan otras frases que no les han sido enseñadas, para conseguir lo que desean. Es famosa la experiencia de Allen y Béatrice Gardner, que en 1966 empezaron a enseñar el Ameslan -lenguaje para sordomudos- al chimpancé hembra Washoe, de 10 meses. Washoe fue capaz con el tiempo de aprender un número considerable de signos, unos 130, relacionándolos con los correspondientes objetos. También dio respuestas correctas a preguntas del tipo "¿dónde?", "¿quién?". Con este método no se puede averiguar si el animal posee el dominio de la sintaxis, ya que sólo se le enseña a relacionar el objeto con una imagen convencional, con un gesto. Un paso más suponen los trabajos de David Premack con Sarah, una hembra de chimpancé . El sistema de comunicación elegido consistía en manipular sobre un tablero magnético recortes de un material plástico de diferentes formas y colores, que se hacían corresponder a diversas palabras inglesas. Sarah era capaz de seleccionar -por ejemplo, entre "azúcar", "plátano" y "manzana"- el signo correspondiente a lo que quería comer. Pero, además, era capaz de componer frases sencillas, de entre cuatro y siete signos, para expresar deseos o hacer preguntas. Incluso, parecía entender el uso de palabras cuantificacionales -como "todos", "varios", "ninguno"- y el uso de la cópula "es", como conectora del sujeto y el predicado. Y, lo que es más importante, era capaz de establecer conexiones condicionales del tipo "si... entonces..." (if ...then...). Después se han llevado a cabo investigaciones más complicadas, entre las que destaca el "proyecto Lana". Con un ordenador, las palabras aparecen en la pantalla cuando se pulsa la tecla correspondiente. Lana era capaz de utilizar un vocabulario de 75 palabras, hacer preguntas acerca del nombre de una cosa y establecer conexiones significativas del tipo "si... entonces...". Lana manifestaba también una cierta creatividad lingüística, hasta el punto de que en un período de dos meses llegó a descubrir 174 nuevas secuencias lingüísticas, que guardaban relaciones con los objetos de su entorno. Sin embargo, el porcentaje general de aciertos de Lana no alcanzó el 76,6%. No se llegó a demostrar que el chimpancé Lana tuviera una verdadera capacidad representativa, y desde luego la influencia de la destreza y el entusiasmo de sus entrenadores fue decisiva. Por otra parte, al utilizarse un número reducido de signos, que permiten sólo determinadas combinaciones, el porcentaje de aciertos puede llegar a no ser del todo significativo. Tampoco es, por ahora, posible discernir hasta qué punto este lenguaje enseñado responde a capacidades naturales del simio o es una simulación de la conducta de sus entrenadores. El problema metodológico que se plantea aquí es similar al que aparece respecto al problema de si los ordenadores digitales piensan o pueden llegar a pensar: es la cuestión, tan interesante, de la Inteligencia Artificial. Pues bien, como ha demostrado el filósofo analítico John Searle, es posible -y ya se logra parcialmente- construir ordenadores cuyos programas les permiten comportarse como si pensaran; pero eso en modo alguno quiere decir que realmente piensen. Por una razón fundamental: porque el programa de los ordenadores -basado en la combinación de numerosísimas alternativas 1/0- tiene exclusivamente un carácter sintáctico, pero de ninguna manera posee una índole semántica; es decir, que las secuencias que permite un programa -por perfecto que sea- de ordenador digital no contienen contenidos significativos (semántica), sino que sólo combinan secuencias de signos carentes de significado (sintaxis). Esto equivale a decir que, aunque el ordenador sea capaz de utilizar el idioma inglés, no entiende el inglés, es decir, no sabe nada de lo que se dice en inglés. Searle pone un ejemplo gráfico: yo puedo estar encerrado en un cuarto con los miles de signos que componen el idioma chino metidos en cajas, y estar tan bien "programado" que sepa combinar los signos correspondientes de tal manera que resulten frases en chino; e incluso responder con combinaciones de este tipo a conjuntos de signos -preguntas- que alguien introduzca desde fuera de la habitación. Pero, a pesar de todo esto, no entiendo el chino, no sé lo que se quiere decir. He aprendido a usar unos signos, y nada más. Tal vez algo de esto les suceda a los chimpancés domesticados. Es de suponer que, si realmente tienen capacidades lingüísticas, las usarán en su vida natural o "salvaje". Observándolos en su perimundo, se podrá saber qué es lo que naturalmente dan de sí. En un reciente artículo, Jean Pierre Gautier y Bertrand Deputte describen sus trabajos de análisis de las señales sonoras de los simios. Estas señales se registran gráficamente, para poder averiguar las características físicas medias y los límites de variabilidad de los gritos registrados. Así han elaborado lo que se denomina tradicionalmente un "repertorio", esto es, la lista de las diferentes señales sonoras emitidas por los miembros de una especie, según su edad y sexo. De esta manera se puede apreciar cómo los individuos utilizan -parcial o totalmente- el repertorio. Según han podido observar, los gritos son altamente especializados y genéticamente determinados. A medida que pasa el tiempo, el animal va aprendiendo a asociarlos con acontecimientos de su contexto biológico. Los diferentes sonidos indican alarma, localización de los miembros de su grupo, agresiones, etc., y pueden distinguir si son emitidos por un individuo joven o por un adulto. Por lo demás, el sistema de comunicación es intermodal: junto a los sonidos, se utilizan también señales visuales, tactiles y olfativas. En cualquier caso, estas señales son estrictamente determinadas, están ligadas al medio biológico inmediato y tienen -en definitiva- muchos de los caracteres de lo que hemos descrito como conducta instintiva. Es muy interesante, en este sentido, el estudio realizado por Michael P. Ghilieri sobre la comunicación de los chimpancés en su medio natural. Jean-Pierre Gautier ha demostrado cómo el lenguaje de los simios se agota en un repertorio muy especializado. Ciertas especies no disponen más que de una decena de gritos fundamentales, mientras que, en otras, el repertorio está compuesto de quince a veinte gritos básicos, siempre determinados genéticamente, aunque su uso se vaya actualizando por aprendizaje. Por otra parte, el uso de estos signos está modulado por el sexo, la edad, y el "status" en el grupo. Otro descubrimiento muy importante es que, en los simios, el comportamiento verbal depende de áreas cerebrales sub-corticales. La muy débil intervención del neocórtex significa que los simios no pueden ejercer un control voluntario de su expresión vocal. Una de las manifestaciones de comportamiento cooperativo en los chimpancés macho lo constituyen las señales vocales denominadas "suspiros ululantes", que comprenden sonidos estereotipados: chillidos, gritos, gemidos y rugidos, audibles hasta a dos kilómetros de distancia por la selva. Puede emitirlos un simio solitario o un grupo de chimpancés a coro. Los chimpancés ululan más cuando se desplazan, se acercan a una fuente de alimento, distinguen a otros chimpancés o responden a las llamadas de otro grupo . Más de la mitad de los gritos registrados forman parte de un intercambio con otros antropoides. Al analizar sonogramas de suspiros ululantes, se encuentran suficientes señales en cada llamada como para distinguir a los individuos que los emiten: cuando un grupo lanza sus gritos a través de la selva, comunica la identidad de los miembros del grupo, su número y localización. La función más importante del suspiro ululante es alertar a otros miembros de la comunidad de la presencia de fruta. Se trata, pues, de una comunicación estrechamente vinculada a intereses biológicos inmediatos. Su semejanza con el lenguaje humano es muy lejana. Volvamos ahora a una capacidad del "lenguaje" animal a la que antes aludíamos. Se trata de la posibilidad de captar y expresar de algún modo la relación si-entonces. Algunos chimpancés adiestrados han manifestado ser capaces de establecer esta relación. El experimento consiste en presentarles tres secuencias diferentes: una manzana entera y otra partida; una esponja seca y otra empapada; una hoja de papel blanco y otra emborronada. Si el animal asocia, por ejemplo, un cuchillo con las manzanas significa que tiene la relación lógica si-entonces: Si la manzana está entera y después partida, entonces ha sido cortada con el cuchillo. Ahora bien, esto no quiere decir que los animales tengan un conocimiento causal, como suponen algunos de los autores que acabamos de citar. Es preciso tener en cuenta que la relación lógica expresada por "si-entonces" es diversa de la expresada por "porque". En el primer caso, basta con conocer que de un estado de cosas se sigue otro; pero no es necesario conocer la razón por la que se sigue. No se expresa una relación causal, sino solamente una relación condicional. En cambio, cuando se expresa una relación propiamente causal, se conoce la razón por la que un acontecimiento se sigue de otro. Parece que se trata de una diferencia de matiz, de una sutil distinción lógica. Pero es mucho más que esto. Sucede aquí algo semejante a lo que decíamos respecto a la diferencia entre el ordenador digital y la inteligencia humana. Por perfecto que sea el ordenador, no supera el plano de la sintaxis, de la secuencia de "bits", sin alcanzar el plano de la semántica. Desde el punto de vista del conocimiento, un animal -por elemental que sea- es superior a un ordenador. Un animal realmente conoce, cosa que nunca logrará una máquina. Es más, el "lenguaje" de los antropoides revela que alcanzan el plano semántico; que de algún modo conocen aquello a lo que un signo se refiere. Pero la semántica del lenguaje animal es solamente extensional y nunca llega a ser proposicional o intencional: significa el conjunto de casos particulares (extensión), pero no la cualidad o razón común (intensión). Para darnos cuenta de lo que lo intencional añade a lo extensional, basta con pensar en la diferencia entre "saber" y "conocer" (que se da también en otros idiomas: "wissen" y "erkennen", en alemán; "savoir" y "connaitre", en francés). Por ejemplo, se puede decir en castellano "yo te conozco", pero no cabe decir "yo te sé". En cambio decimos "sé que Juan es inteligente", y no "conozco que Juan es inteligente". Es precisamente en este tipo de frases con "que" seguido de una proposición, en las que se revela más claramente lo que quiere decir intencional o proposicional. La actual Filosofía analítica del lenguaje ha desarrollado una completa teoría de las actitudes proposicionales, que se manifiestan en verbos como "creer", "saber", "dudar", "querer", "sospechar"... seguidos de la conjunción que y una oración completiva. Advirtamos que el uso de estos verbos expresa una actitud reflexiva, que está ausente de las funciones significativas y expresivas del lenguaje puramente extensional. Con el lenguaje intencional no nos referimos directamente a una cosa, sino a una proposición, a un "logos", a una "ratio", a una razón. Alcanzamos un nivel de contenidos abstractos, que está ausente en el plano semántico puramente extensional, y que se requiere para conocer un porqué, una razón por la que un acontecimiento da origen a otro. Las generalizaciones o asociaciones que el lenguaje animal revela -incluso la relación si-entonces- no trascienden la segunda o tercera fase de Pavlov. En cambio, el lenguaje humano manifiesta que se ha alcanzado la cuarta fase, el nivel abstracto y reflexivo propio de la semántica intencional. La lógica matemática nos demuestra que el discurso intencional es irreductible al extensional. Pero sería largo y complicado explicarlo. En nuestra temática, basta con entender la diferencia entre lo que supone "hacer frases" o juzgar para un animal y para un hombre. Ciertamente, los animales juzgan de algún modo. Ya Aristóteles les atribuyó esta capacidad, que corre por cuenta de una facultad a la que llamó estimativa. Los animales son capaces de "juzgar" si algo les es agradable o desagradable, beneficioso o perjudicial. Pero no son capaces de juzgar acerca de su juicio, lo cual supone una dimensión reflexiva, que es la característica del lenguaje humano. Los animales conocen, pero no saben; quieren, pero no quieren querer. No son capaces de abstraer, de formar auténticos conceptos, sino que se mueven entre imágenes más o menos generales o esquemáticas. Y, por eso mismo, no son capaces de reflexionar. Ninguno de los rasgos del lenguaje animal descrito por los etólogos manifiesta que posean auténtica abstracción o reflexión, que sean capaces de orientar su conducta hacia razones o contenidos significativos intelectuales. Nietzsche relató esta situación, con forma de apólogo, en sus "Consideraciones intempestivas": "Una vez el hombre preguntó al animal: ¿por qué (írazón!) tú no me hablas de tu felicidad, sino que estás ahí mirándome fijamente? El animal deseó hablar y contestarle: la razón es que cada vez que quiero hablar me olvido inmediatamente de lo que quería decir. Pero inmediatamente se olvidó de su respuesta y permaneció silencioso... Y así el hombre continuó extrañándose de que el animal no hablara".